Ilíada

Ilíada Resumen y Análisis Cantos III-IV

Resumen

Canto III: Juramentos y el duelo entre Alejandro y Menelao

Los dos ejércitos avanzan en el campo de batalla; los troyanos, con diversos gritos de guerra, y los aqueos, en silencio. En la primera fila de la fuerza troyana aparece Paris Alejandro, el príncipe troyano. El hombre desafía a los aqueos a un combate individual uno a uno, con cualquiera de sus guerreros. Menelao ve a Alejandro y salta de su carro, deseoso de luchar contra él. Al verlo, Alejandro se repliega con miedo a las líneas troyanas. Héctor, hermano de Alejandro y líder de las fuerzas troyanas, lo reprende por su cobardía y le dice que sus talentos y su apariencia son inútiles en el campo de batalla. Dice que si los hombres de Troya no fueran cobardes, lo habrían apedreado hace años por los males que les causó. Alejandro considera que la reprensión de Héctor es apropiada y pide que se detenga a aqueos y troyanos para batirse a un duelo individual con Menelao mientras ambos ejércitos observan. El ganador del duelo se llevará a Helena a su casa junto con un gran tesoro, poniendo fin a la guerra sin más derramamiento de sangre. Héctor corre al centro de ambos ejércitos y presenta las condiciones del combate; les pide a los soldados que dejen sus armaduras mientras los dos guerreros luchan. Menelao les pide a aqueos y troyanos que hagan sacrificios a sus dioses antes del combate con el rey Príamo como testigo, para sellar el juramento de que su duelo pondrá fin a la guerra. Los dos ejércitos se alegran ante la posibilidad de que la guerra termine pronto.

Mientras Alejandro y Menelao se preparan para el combate, la diosa Iris visita a Helena, la de blancos brazos, en el palacio de Príamo, para convencerla de ir a las Puertas Esceas, las puertas de Troya, y presenciar la batalla que se va a librar por ella. Helena siente nostalgia por su anterior marido, Menelao, y por su patria. Cuando llega, encuentra a los ancianos de la ciudad, incluido Príamo, el último rey de Troya, reunidos allí. Los ancianos comentan lo hermosa que es Helena, pero que sería mejor que los aqueos se la llevaran a casa para acabar con la guerra, de la cual la responsabilizan. Príamo la invita a sentarse entre los ancianos y, a diferencia del resto de los hombres, no la culpa por la guerra, ya que piensa que los verdaderos responsables son los dioses.

Los mensajeros troyanos convocan a Príamo al campo de batalla para que lo supervise. Estremecido, el rey llega al frente, donde Agamenón consagra el sacrificio. Jura que la guerra terminará cuando el duelo haya terminado. Las tropas rezan para que se cumpla el juramento, pero Homero señala que Zeus no hará eco de sus plegarias. Príamo, incapaz de presenciar el combate entre su hijo y Menelao, anuncia que regresa a Troya.

Se mide el terreno para el duelo y Héctor echa las suertes de ambos guerreros para decidir quién será el primero en arrojar la lanza. Alejandro es el primero; cada uno de los guerreros se pone su armadura. Comienza el duelo. Alejandro arroja su lanza, que, al golpear contra el escudo de Menelao, se tuerce, pero no consigue atravesar el escudo. Menelao reza a Zeus para vengarse, y su lanzamiento de lanza casi hiere a Alejandro, pero logra esquivarla con dificultad. Menelao saca entonces su espada y la hace caer sobre la cabeza de Alejandro. La hoja se rompe y Menelao se enfurece con Zeus, por lo que arremete, agarra a Alejandro por la cresta del casco y lo arrastra hacia las líneas aqueas. En ese momento, Afrodita interviene, intercede por Alejandro y se lo lleva a su habitación. Viaja entonces hasta la alta torre, donde se encuentra Helena, y toma la apariencia de una anciana costurera para persuadirla de que se vaya a la habitación con Alejandro. Helena se resiste; le dice a Afrodita que la está engañando, que en realidad Menelao venció a Alejandro y quiere llevarla a su patria, y que nunca volverá con Alejandro. Afrodita se enfurece y amenaza con destruir a Helena, que se somete debido al miedo y se va a la habitación donde está Alejandro. En un principio, Helena le reprocha su cobardía, pero Alejandro desvía sus duras palabras y ambos hacen el amor. Mientras tanto, en el campo de batalla, Menelao busca a Alejandro pero no lo encuentra. Agamenón grita que Menelao es el vencedor y reclama la entrega de Helena junto con sus riquezas y una indemnización justa para finalmente poner fin a la guerra.

Canto IV: Violación de los juramentos y revista de las tropas

Los dioses se sientan en consejo en el monte Olimpo, observando los acontecimientos que tienen lugar en Troya. Zeus comienza a burlarse de Hera y de Atenea por permanecer al margen mientras Afrodita rescataba a Alejandro. Señala que Menelao es el vencedor, y que ahora debe llevar a Helena a casa. Hera estalla de ira, diciendo que no dejará que el duelo detenga su esfuerzo por destruir Troya. A su vez, Zeus se enoja, criticando su deseo inclaudicable de arrasar Troya. Finalmente, le dice a su esposa que haga lo que quiera, aun contra su voluntad, bajo la condición de que, cuando él tenga deseo de destruir una ciudad donde vivan hombres a quienes Hera quiera, no lo obligue a deponer su cólera. Zeus declara que Troya es su ciudad preferida de todas las que los hombres terrestres habitan; Hera dice que Argos, Esparta y Micenas son las suyas. Finalmente, Hera acepta la condición y le ofrece sus ciudades preferidas a cambio de Troya.

Entonces, Zeus le ordena a Atenea que vuele al campo de batalla para provocar que los troyanos rompan su juramento y ataquen a los aqueos. Atenea se dirige a toda velocidad a Troya, donde las tropas se preguntan ansiosamente qué ocurrirá tras el resultado incompleto del duelo. Atenea, en forma de soldado troyano, induce al arquero Pándaro a lanzar una flecha a Menelao, prometiéndole fama y regalos de Alejandro.

Pándaro se deja persuadir y le dispara a Menelao. Atenea desvía la flecha, por lo que el hombre solo recibe un roce. Agamenón ve la sangre y, preocupado ante la posibilidad de muerte de Menelao, maldice a los troyanos por romper su juramento. Menelao tranquiliza a Agamenón diciendo que no es grave, y se llama al sanador Macaón para que trate la herida. Al darse cuenta de que el juramento se rompió, ambos ejércitos se preparan para la batalla de nuevo.

Agamenón sale a pie entre las tropas, incitándolas a la batalla. El capitán mayor, Néstor, les aconseja que mantengan la formación, y Agamenón elogia la sabiduría de Néstor. A continuación, Agamenón increpa a Odiseo, acusándolo de quedarse atrás en las filas. Odiseo se enfada, pero Agamenón lo tranquiliza.

Agamenón se encuentra con Diomedes y lo reprende igualmente por haber evitado su lugar en la batalla. Compara a Diomedes con su padre, Tideo. Agamenón cuenta la historia de Tideo, que derrotaba a sus enemigos con hazañas de fuerza. El co-comandante de Diomedes, Esténelo, le dice a Agamenón que los hombres de hoy en día son mucho más fuertes que los de la generación de sus padres, pero Diomedes lo hace callar y comenta que Agamenón simplemente está tratando de provocarlos.

Los ejércitos finalmente chocan en la batalla, soldados de ambos bandos mueren y se derrama mucha sangre. Los capitanes aqueos Antíloco y Ayante Telamonio matan a los troyanos de forma rápida y grave. Un compañero de Odiseo es asesinado por los troyanos, y Odiseo mata a Democoonte, un hijo bastardo de Príamo, en represalia.

Bajo el asalto aqueo, los troyanos se ven obligados a retroceder. Los dioses se involucran en la batalla. Por un lado, Apolo observa la batalla desde lo alto y pide a gritos que los troyanos se defiendan, observando que Aquileo no lucha. Atenea, por otro lado, anima a las fuerzas aqueas a seguir adelante. Muchos aqueos y troyanos yacen muertos en el piso.

Análisis

Mientras que los dos primeros cantos presentan a los comandantes de las fuerzas aqueas, los dos siguientes presentan a las fuerzas troyanas. Príamo, Héctor, Paris Alejandro, y también Helena de Troya, aparecen por primera vez en el canto III, y sus personalidades comienzan a distinguirse del conjunto de los otros guerreros.

Para entender al personaje de Alejandro, es necesario conocer también el motivo de la disputa entre el guerrero y Menelao. Si bien en la Ilíada únicamente se menciona la rivalidad entre ellos, el origen del odio tiene que ver también con lo que desencadenó la guerra de Troya. El conflicto bélico comenzó justamente porque Helena, esposa de Menelao, fue raptada por Paris Alejandro para hacerla su esposa. Una vez que Menelao se enteró, le pidó ayuda a su hermano Agamenón, que se comprometió a reunir un ejército para conquistar Troya y recuperar a Helena.

En este sentido, cuando ambos se encuentran en el canto III, llevan años de odios y conflictos entre ellos. Es imprescindible destacar que la cobardía de Alejandro contrasta con Héctor y con la mayoría de líderes aqueos que aparecen en la Ilíada. “Apenas distinguió a / Menelao entre los combatientes delanteros, sintió / que se le cubría el corazón, y para librarse de la / muerte, retrocedió al grupo de sus amigos” (3.30-33), comenta el poeta. Frente al sacrificio que hacen sus pares en el campo de batalla, en la Ilíada Alejandro es un personaje despreciable, que busca su comodidad y bienestar personal. En este sentido, la retirada de Alejandro a su lecho matrimonial confirma este rasgo de su personalidad. Mientras el resto del ejército troyano se ve obligado a luchar por la mujer que robó a los aqueos, él se acuesta con ella. Esta afrenta al código de conducta heroica repugna incluso a las filas troyanas, que ven a Alejandro “tan odioso / como la negra muerte” (3.454-455).

Mientras que el encuentro con Menelao hace que Alejandro huya, Héctor, mucho más devoto del ideal del honor heroico, lo critica por la desgracia que trajo, no solo a él sino a todo el ejército troyano. “No hay en tu pecho ni / fuerza ni valor” (3.45-46), le reprocha a su hermano. Así, lo conduce a que pelee en una contienda directamente con Menelao con el objetivo de terminar de una vez la guerra de Troya.

En el canto III también se presenta el primer personaje femenino mortal, Helena. A pesar de que la mujer huyó con Alejandro y, por tanto, tiene parte de la responsabilidad de la muerte de tantos de sus compatriotas, a diferencia de Alejandro, no se toma a la ligera su papel en el enfrentamiento. Se describe a sí misma como “la odiosa” (3.50), y su admisión de que desearía haber muerto el día en que Alejandro la llevó a Troya demuestran su vergüenza y su autodesprecio. Sus reflexiones arrepentidas sobre la patria que dejó atrás mientras observa las filas aqueas dispuestas bajo las murallas de Troya revelan aún más su arrepentimiento y su sensación de haber obrado mal. Esto se vuelve aún más significativo cuando se pregunta si sus hermanos Cástor y Polideuces, a los que no puede encontrar entre la multitud, podrían haberse negado a unirse a la expedición griega y luchar por una hermana tan maldita. Trágicamente, no se da cuenta, como señala Homero, de que su ausencia no significa su ira, sino su muerte en la batalla.

Esta caracterización humaniza a Helena; en la Ilíada, las mujeres son botines y trofeos que se roban como objetos o tesoros. Briseida y Criseida son botines en disputa, que no pueden ni tienen potestad alguna para elegir su destino. Helena es responsable de su decisión: haberse ido con Alejandro fue la causa de la guerra de Troya. Sin embargo, en el canto III, aparece llena de arrepentimiento por lo que hizo; le dice a Príamo: “¡Ojalá la muerte me hubiese sido grata cuando vine / con tu hijo…” (3.173-174). Este deseo de morir nos muestra que la mujer se da cuenta de que la muerte y la destrucción que la rodean son, en parte, culpa suya. Es interesante destacar que, aunque la historia se cuenta desde la perspectiva griega, no demoniza a los troyanos. Junto con la descripción compasiva de Helena, la bondad de Príamo es coherente con la lectura amable que hace Homero de los troyanos. El anciano no culpa a Helena de la muerte de su pueblo ni de la posible destrucción de su ciudad. Para el anciano, los culpables del enfrentamiento son “los dioses / que promovieron contra nosotros la luctuosa guerra de / los aqueos” (3.164-166). En esta apreciación, se percibe que no hay libre decisión, sino que todo está predeterminado por la voluntad divina.

Esta mirada empática sobre los troyanos se debe a que, en guerras anteriores al inicio del poema, los troyanos se habían aliado con los aqueos. Ambos ejércitos sufren con la violencia actual, y ambos se sienten aliviados al saber que el duelo entre Menelao y Alejandro puede ponerle fin a la guerra. Tanto aqueos como troyanos rezan: “¡Padre Zeus, que reinas desde el Ida, gloriosísi- / mo, máximo! Concede que quien tantos males nos / causó a unos y a otros muera y descienda a la mora- / da de Hades, y nosotros disfrutemos de la jurada / amistad” (3.320-324). En esta cita, se ve que la amistad entre ambos bandos subyace debajo de todo el conflicto.

En estos cantos, los dioses parecen ser los únicos que se complacen en el conflicto. De manera despreocupada, eligen a sus favoritos entre los mortales, sin dar mucha importancia al valor de la vida humana. En el canto IV, Hera y Zeus intercambian ciudades; la diosa le ofrece “Argos, / Esparta y Micenas…” (4.52-53) a cambio de que le permita destruir Troya. Estas actitudes muestran lo prescindible de la vida humana frente a la eternidad de los dioses. Además, esta cita revela que la guerra entre aqueos y troyanos es también una batalla entre dos grupos de dioses en conflicto. Hera, Atenea y Poseidón apoyan la causa de los aqueos, mientras que Afrodita, Ares y Apolo ayudan a los troyanos. Zeus, el más fuerte de los dioses, preside el conflicto y media entre las distintas facciones. En este sentido, su participación determina el éxito o la derrota de los bandos involucrados en el conflicto. Una vez más, la voluntad divina se impone sobre la voluntad y los deseos humanos.